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Redacción
Domingo, 08 de Diciembre de 2024 Tiempo de lectura:
EDITORIAL

¿Se puede decir ya “Feliz Navidad”?

[Img #13034]Es una duda recurrente la determinación de la fecha para comenzar a felicitar estas fiestas, sobre todo cuando está claro que antes solo se felicitaban entre cristianos con un sincero “Feliz Navidad” en Nochebuena, la víspera de la conmemoración del Nacimiento de Jesucristo. De ahí en adelante, unos días de incertidumbre entre sí felicitar la Navidad o desear un “Próspero Año Nuevo”, y por último, la gran duda: ¿Hasta qué día de enero seguir diciendo “feliz año nuevo”?

 

Antes había un personaje que, por razón de galones, decidía cuándo era verano o invierno, y no era otro que el general en su cuartel, quien determinaba la uniformidad. De igual manera, Isidoro Álvarez, dueño de El Corte Inglés, daba la bienvenida a la Navidad con su esperada campaña con personajes emblemáticos.

 

Hoy, el árbol está iluminado desde octubre en algunas ciudades, Mariah Carey llega afónica a diciembre, aunque con las alforjas llenas de billetes tras cantar en bucle eterno, y las calles se llenan de luces intermitentes con pocos Nacimientos y muchos “¡Felices fiestas!” LED.

 

La Navidad no tiene una fecha exacta de inicio; algunos dicen que empieza en cuanto las hojas caen en otoño, otros cuando los supermercados empiezan a vender turrón, es decir, en septiembre. Los más tradicionales sostienen que arranca con el adviento, y luego está el resto del mundo, que lo sabe: la Navidad empieza cuando alguien pone "Last Christmas" en Spotify.

 

Sin embargo, este inicio suele traer consigo la obligación de felicitar las fiestas. Y aquí surge la gran cuestión: ¿es necesario felicitar la Navidad a todo el mundo? Filosóficamente hablando, esto podría generar un debate fascinante. Kant, con su ética basada en el deber, diría que sí, porque es un acto de buena voluntad universal. Sin embargo, Nietzsche podría levantar una ceja y preguntar si realmente queremos perpetuar esa "moral de rebaño" con felicitaciones automáticas.

 

Desde una perspectiva práctica, la cosa se complica. Tenemos al compañero de oficina tan sieso que uno no sabe si desearle unas felices fiestas o una reencarnación; al vecino que toca la taladradora de último modelo los domingos temprano, o incluso a ese cuñado que insiste en que tu vida no está completa porque no has probado tal restaurante o no has viajado a cierto destino. ¿Se merecen estos bípedos un deseo de bien?

 

Como decía Oscar Wilde, “La sinceridad es un don peligroso”. Si deseáramos felices fiestas solo a quienes realmente apreciamos, seríamos vistos como los nuevos Grinch o los Ebenezer Scrooge del siglo XXI, condenados a conversaciones tensas de portal y a silencios prolongados en los ascensores.

 

Pero hay algo más profundo en todo esto, ya que felicitar la Navidad no siempre es un acto de bondad pura; a veces, es una transacción social, un "por si acaso" para mantener la paz. Y, sin embargo, también podría ser un recordatorio de que incluso las relaciones más frágiles tienen un hilo de humanidad. Quizá esa vecina que siempre te juzga también esté pasando unas fiestas solitarias, o el compañero sieso esté atravesando una mala racha (tan larga como su vida, pero mala racha, al fin).

 

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Le decimos “Felices fiestas” a todos, por si acaso, o filtramos nuestras felicitaciones como quien elige con cuidado los destinatarios de su lista de regalos? La respuesta, quizá, esté en Aristóteles y su concepto de la "virtud del término medio". Ni extremos de frialdad ni efusiones hipócritas: felicitar con mesura y, sobre todo, con intención.

 

Así que, mientras haces un río con papel de aluminio para tu portal de Belén, decoras tu árbol o intentas recordar dónde guardaste las luces y guirnaldas el año pasado, piensa: ¿quién se merece un poco de tu alegría navideña? Al final, como decía Charles Dickens en "Cuento de Navidad": “Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla todo el año”.

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